Tendría quince años cuando comencé a pintar con óleo. Bodegones, floreros, paisajes… trabajos que aunque resultaban entretenidos no pasaban de ser pruebas o ejercicios. En cuanto cogí soltura no tardé en olvidarme de aquellas limitaciones y empecé a pintar escenas más personales donde podía utilizar el color con más libertad. Esto resultaba tan extrañamente emocionante que pasaba las noches enteras frente al lienzo, con la ilusión de materializar aquello que imaginaba o sentía. El color del óleo me proporcionaba nuevas maneras de plasmar ideas y sensaciones, nuevos caminos.