No me gusta explicar una pintura porque es precisamente esta la que debería hablar por mí y no al revés, pero en este caso es la pintura quien me anima hacerlo por ella, ya que mis palabras por muy inocentes o absurdas que terminen siendo complementan su significado.
Yo diría que esta imagen es en esencia un intento por unir el pensar y el sentir de nuestra humanidad en un pequeño escenario. Los protagonistas de esta intención son dos figuras que representan estos dos aspectos básicos de nuestra existencia con un corazón de por medio como símbolo de esa relación.
El ángel luminoso podría definirlo como el ser consciente de la existencia, de la pura experimentación, es la vitalidad, la paz, el amor… Estas y otras palabras que utilizamos habitualmente en distintas direcciones apuntan aquí en un mismo sentido, como pistas para identificarlo. Sin embargo las palabras no dejan de ser etiquetas para organizar ideas, indicaciones que se quedan siempre cortas a la hora de intentar explicar lo que finalmente solo puede percibirse mediante la propia experimentación.
El ángel oscuro, un poco en contraposición, ha ido perdiendo su pureza contaminando su identidad durante siglos con toda nuestra complejidad cultural. Ahora es una falsa recreación de si mismo. Es la entidad ilusoria en la que el homo sapiens se ha convertido como resultado de su incapacidad para adaptarse a tantos cambios generados por su propia evolución. Representa por tanto el universo de conceptos en el que actualmente estamos sumergidos, la identificación de nuestro ser consciente con todas esas ideas que entendemos como reales y que lejos de serlo nos mantienen alejados de la verdadera existencia que es la vida misma en su estado más puro.
Entre ellos un corazón, un símbolo de la vida y el amor para el ser oscuro, que contaminado por esa maraña conceptual se siente despojado de su capacidad para ser feliz. Y una maravillosa creación de la naturaleza para el ángel blanco, que lo observa con la pureza de la objetividad, intentando a su vez dar sentido a esa existencia simbólica que también persigue formar parte de la vida.